Miguel de Unamuno y su pensamiento sobre Simón Bolívar
Revisión a los escritos de Unamuno sobre el Libertador
Miguel de Unamuno (1864-1936) fue un reconocido escritor español nacido en Bilbao, conocido por haber aportado novelas y escritos sobre filosofía a la vida literaria de España. Para algunos es incluso el mayor intelectual de España del siglo pasado, aunque para otros su obra no alcanza tales niveles. Sea como fuere, Unamuno fue gran perceptor de la evolución política y social de su pueblo, por lo cual tenía también el gusto de reflexionar sobre la obra y la historia de España.
Por ende, Unamuno desarrolló un amor por la América, que curiosamente nunca visitó, pero tuvo siempre presente en su pensamiento. Él mismo reconoce ese Americanismo dentro de él cuando llega a decir: «cada día me interesa más América y me vuelvo más hacia ella. Y ha sido para mí, una salvación»1.
Unamuno compartió cartas y conversaciones durante toda su vida con autores americanos, tales como Rufino Blanco Fombona, Rubén Darío, Ricardo Palma, Manuel Ugarte, José Hernández, José Enrique Rodó, José Martí, Amado Nervo, Sarmiento, José Santos Chocano, Leopoldo Lugones y muchos otros2. Su interacción con América y sus grandes autores del momento no se limitó a cartas o conversaciones con éstos, Unamuno llegó a redactar prólogos de sus libros y a componer artículos para periódicos de países hispanoamericanos.
No sólo el peso de los autores americanos contemporáneos a Unamuno influiría en el desarrollo de su pensamiento americano, hay que hacer valer su participación en la llamada Generación del 98 como otra pieza clave, pues ésta se engendra en toda la decadencia que España había arrastrado desde las pérdidas de sus últimas posesiones en América, el empeoramiento de la situación socioeconómica y la tendencia disgregativa de los separatismos locales. Dicha generación tenía, pues, incrustado en el seno de su origen a la América3 y Unamuno lo sintió perfectamente.
El pensamiento de Unamuno sobre el Libertador se caracteriza por ser —tal como el mismo Miguel— bastante pasional y exaltado antes que crítico y reflexivo. No lo disimula. En cierta ocasión llegó a criticarle a Pedro Manuel Arcaya la aplicación de las teorías lombrosianas sobre los hombres de genio para estudiar a Bolívar; ¿pero qué más erudito? ¿qué más intelectual? ¿qué más vanguardista que aplicar los últimos descubrimientos sobre sobre la conducta humana al estudio de los grandes hombres del pasado? Arcaya no hizo nada malo y, antes bien, nos ha dejado uno de los mejores estudios jamás escritos sobre el Libertador. ¿Qué le enfadaba a Unamuno, tan fan de la erudición y la vanguardia? es una pregunta sin respuesta pero el hecho cierto es que no toleraba o le parecía «pedante» el estudio científico de la historia.
Pero de una vez aclaramos que, por muy pasional y exaltado, no deja de ser acertado el pensamiento de Unamuno. Es lo esperable de Unamuno, sí, el mismo del Sentimiento trágico de la vida y el sobrino de la tenaz y recta Tía Tula. Por el contrario, la autoridad intelectual y filosófica de Don Miguel da mayor aval a sus palabras sobre Bolívar para que los intelectualitos y panfletarios que no han reconocido la españolidad del Libertador se convenzan de ello y su voz se ahogue en el abismo insondable de la verdad. Con su fina pluma, su tono vasco y repetidas referencias al Quijote, al Cid y a Castilla; Unamuno nos deja planteados una serie de pensamientos e interpretaciones de la vida y obra del Libertador, referencias que hoy nos proponemos a explicar, razonar y exponer4.
Bolívar y la raza
Cuestión bastante recurrente en Unamuno es la mención y el enaltecimiento de la raza. Por supuesto que la acepción Unamunesca de la palabra raza no es un sentido antropológico-científico sino en un sentido humanístico-sentimental. Como él mismo lo afirmó, España carece de unidad racial y así la mayoría de los países del mundo, por lo que la raza que veía Unamuno era su idilio de toda la vida: hombres que por las circunstancias históricas eran disparejos en cuanto a linaje pero en cuanto a su lengua, espíritu, objetivos e intereses era un solo pueblo, o sea, una sola raza. «La palabra raza, como la palabra casta, lleva en el uso vulgar y corriente una cierta connotación animal irracional, corporal, grosera, pues se habla de razas o castas de toros, caballos, carneros, perros, cochinos, etc. Y aun aplicado al hombre, cuando se dice raza blanca, o negra, o amarilla. Y no es éste el sentido que en nuestra fiesta debe tener».
Por ocasión de un año más del 12 de octubre, Fiesta de la Raza en España, Unamuno nos deja claro en un artículo publicado en El Liberal que su raza española no había sido engrandecida exclusivamente por españoles de sangre, y por eso recuerda las siguientes líneas:
De nuestra raza fueron, no sólo Hernán Cortes y Balboa, y Lagasca, y Mendoza, y Garay, sino también los mejicanos Hidalgo y Morelos, el venezolano Bolívar, el colombiano Sucre, el argentino San Martín, el chileno O'Higgins, el cubano Martí. Y lo fué Colón, sea cual fuere la casta de su sangre material. De nuestra raza fué también el indio mejicano Benito Juárez, uno de los padres de Méjico, el que libertó a su patria del intruso Maximiliano de Austria, que fué llevado a ella por bayonetas de extranjeros; el heroico indio Juárez, verdadero hombre de acción, y de verdadera acción —no de gesto—, cuyas armas fueron la palabra y la pluma. Porque Juárez llegó a pensar y sentir en español.5
La raza española, de las que somos herederos y continuadores los americanos, toma forma en militares y clérigos, gracias al lado a español, y en intelectuales militares o clérigos, o las tres, por el lado americano. Tal como nos dejó claro en este artículo, la raza española de la que Unamuno era defensor no era la unión vulgar de sentidos antropológicos-científicos que dividía las personas por fenotipos, sino el conjunto heroico de distinguidas personalidades tanto españolas como americanas y que, por el hecho de estar unidos en lengua, religión y proximidad de culturas, sentía y quería en español. Y por supuesto Bolívar no quedaba por fuera de esta raza española unamunesca por encarnar todas las características del pueblo español.
En otra ocasión, tres años antes de este 12 de Octubre de 1923, Unamuno redactó un artículo titulado La guerra civil y la raza donde ya venía cristalizándose en él la idea de una raza más «humana» y menos «animal»; decía lo siguiente:
«Acabamos de leer un libro de un venezolano, Don Laureano Vallenilla lanz, titulado “Cesarismo Democrático” y cuyo primer ensayo se titula: “fue una guerra civil”. Refierese a la guerra por la independencia de Venezuela, a la que dirigió El Gran venezolano y grandísimo español Simón Bolívar, una de las más grandes y más universales figuras de nuestra común raza española. Porque Bolívar, de apellido Vasco, de sangre... ¿Quién sabe?, de nacimiento caraqueño, aprendió a pensar y a sentir y a querer —porque se siente y se quiere con lenguaje— en español»6.
Aparte de la pequeña curiosidad histórica de que Miguel de Unamuno leyó Cesarismo Democrático de nuestro ilustre Laureano Vallenilla Lanz, no se equivoca Unamuno al decir que Bolívar es una de las más grandes y universales figuras de la raza española. Refiriéndonos al sentido más humano y no naturalístico de la palabra raza, evidentemente Bolívar por medio de sus escritos, que son de elegante redacción y de sagaz uso de la lengua, hace siempre mención a la obra de España como forjadora de las civilizaciones del nuevo continente; la prueba de esto está en uno de sus excelsos escritos, la Carta de Jamaica, cuando dice «El hábito a la obediencia; un comercio de intereses, de luces, de religión; una recíproca benevolencia; una tierna solicitud por la cuna y la gloria de nuestros padres; en fin, todo lo que formaba nuestra esperanza nos venía de España»7.
No obstante, si hablamos de raza en un sentido antropológico que Unamuno nos prohíbe, sabemos que descendía Bolívar directamente de varios conquistadores españoles, y que el primer Bolívar en Venezuela había venido del Señorío de Vizcaya, en lo que hoy se conoce como País Vasco8. No por nada decía Pedro Manuel Arcaya que: «Los ascendientes de Bolívar eran de sus mejores tipos. Familias de hidalgos formadas en el batallar constante de la edad media»9. Por lo cual, era Bolívar fiel heredero del espíritu de la raza española, aunque transformado ya por la larga existencia de éste en América.
Pero este pensamiento de la raza española de Unamuno surge muchos años antes, en 1899, con su artículo El pueblo que habla español, artículo donde trata un tema en que siempre se le mostró como un mundo lleno de cosas por descubrir: la hispanidad. Claro está que el alma misma de una sana hispanidad reside en el idioma que todos los países hispanoamericanos hablan e incluso se puede afirmar que la unidad misma de España reside en el idioma castellano (universalizado como español) y esto nos lo deja ver Unamuno en este artículo cuando afirma que:
«nuestra raza no puede pretender consanguinidad; no la hay en España mísma. Nuestra unidad es, o más bien será, la lengua»10.
Luego de esto, Unamuno hace mención de que América ha fungido, a lo largo de su familiarización con el idioma español, como un agente purgante para el mismo, salvandolo de toda clase de invenciones que lo despotrican y le quitan belleza. Expone luego lo mencionado en su artículo La guerra civil y la raza sobre el sentido más humano y menos naturalístico de la palabra raza y para esto emplea el término raza histórica; teniendo esto en cuenta escribe Unamuno:
«En América desarrollará la raza española, la raza histórica, la que tiene por sangre la lengua, potencialidades que aquí se ajan y languidecen atrofiadas a falta de uso. Y allí, a la vez, se enriquecerá y se complejizará a nuestra habla, flexibilizando sus rígidos contornos»
En palabras llanas, Unamuno considera que la América ha sabido hacer uso del idioma y que no sólo lo ha embellecido sino que lo seguirá haciendo; tambíen concluye que por medio del ensalzamiento de las figuras máximas de la hispanidad, podrá el idioma recobrar la importancia que merece dentro de la península. Por eso escribe lo siguiente:
«Aquí no hemos luchado más que con los hombres, casi siempre, desde la épica reconquista; de allí nos enseñarán a luchar con la tierra. “Lucharemos con la naturaleza” dijo el gran Bolívar, aquel retoño de la fuerte rama vasca trasplantada América. Y si el pueblo que luchó con los hombres, el de Don Quijote, hizo el viejo romance castellano, el verbo de la pequeña España en que cantara proezas del Cid y hazañas de Conquistadores de hombres, el pueblo que lucha con la naturaleza, el de Bolívar, nos impulsará a hacer la lengua española, el verbo del pueblo que habla español, fraternidad humana, asentar sobre la naturaleza, a nuestra ciencia y nuestro poderío domeñado».
Si no son lo suficientemente claras las palabras de Miguel de Unamuno, requiere el idioma el trabajo conjunto de la América Hispana y de España para alcanzar una apoteosis, un estado en que el idioma no sólo goce de perfección, sino de una verdadera difusión e importancia que merece.
Para entender este argumento de la raza unamunesca, hay que saber que los pilares de ésta era fundamentalmente el idioma, la religión y las costumbres; pero que la que tomaba más relevancia entre las tres era el idioma. El idioma nos permite comunicarnos y entendernos, con el idioma se escriben los textos fundamentales de las ciencias naturales y sociales y con el idioma había de extenderse la influencia de las naciones hispanohablantes en los destinos del mundo. La raza, fundamentada por estos factores, lograría unir pueblos y culturas del continente americano con la península, no en un sentido político —por que bastante que Unamuno apoyaba la independencia y la autodeterminación de los pueblos— sino en un sentido cultural. Y habíase de organizar la raza bajo los estandartes de los hombres que encarnan el alma máxima de la hispanidad y el espíritu español, y entre ellos, Simón Bolívar.
Bolívar y la raza vasca
Pero más allá de esta gran raza unida, Unamuno, como buen español predilecto a la patria chica11, no deja de pensar en la madre patria vasca de la que él y Bolívar descendían. Anteriormente vimos que Unamuno describió a Bolívar como «retoño de la fuerte rama vasca trasplantada a América»; dos años despúes de este artículo que acabamos de revisar, en 1901, se le pidió ofrecer unas palabras por motivo de los juegos florales de Bilbao donde reflexionó sobre el alma vasca, el hombre vasco y la tierra vasca.
«Debo a Bilbao —dice— la raíz de mi espíritu; en él tendió mi mente su escala de Jacob al cielo de las ideas madres; con franqueza he de pagarle algo de lo que le debo»12. Al hacer una suerte de repaso de la integración de Vasconia a la escena histórica de España, recordando el engrandecimiento del comercio vizcaíno y la caída de los fueros vascongados, dice que el país Vasco y Castilla, lejos de ser antagonistas, han sido compañeras en la ya larga historia española:
«Bilbao, con el apoyo de Castilla, de España toda, se ha impuesto […] Así es, pues, como nuestra villa, apoyada en la Corona de Castilla y en la nación toda española, lleva no ya a Vizcaya solo, sino al pueblo vasco todo, a su mas alto y noble destino, a la conciencia de su misión histórica»
Posteriormente comenta que la mayor riqueza de Bilbao no es la material, sino sus hijos; y esta concepción de riqueza espiritual la reafirma al decir «Provincias hay en España en que han entrado estos años más millones que en la nuestra, y no cabe compararlas en riqueza. ¿Qué han hecho de su dinero? La riqueza de Bilbao son sus hijos, hijos de la raza vasca.
La raza vasca es descrita por Unamuno de una manera hermosa e idílicamente precisa que vale la pena ser resaltada por una cuestión que diremos más adelante:
«Una raza fraguada por el mar y las montañas, cuya fuerza es agilidad; ante todo, poco imaginativa, de idioma rico en notaciones de lo cotidiano y práctico, pero pobre en matices de lo ideal y abstracto; corta en palabras, pero en obras larga, que dijo Tirso, cuyo pensamiento es acción; las mujeres hechas a manejar la lava; de hombre tímido a la par que osado, paciente y constante, trabajador sobre todo».
(…) «Raza, sobre todo, la nuestra, de expansión y compenetración: raza difusiva, en ósmosis y exósmosis perpetuas, vitalizadas. Nuestros hombres representativos son: Elcano, dando el primero la vuelta al mundo, no a Vasconia; Legazpi, ganando las islas Filipinas para la civilización; y, sobre todo, Ignacio de Loyola, fundando una Compañía universal, por encima de las patrias todas, una Compañía que, piense cada cual de ella lo que pensare, es una escuela de cosmopolitismo. Y ved más cerca al bardo, a Iparraguirre, al eran arlote, que a los trece años salió de casa y recorrió, trovador y errante, Francia, Inglaterra, Suiza, Portugal, para ir a entonar sus cantos en las pam- pas argentinas, a que se cernieran en el follaje del ombú ecos del recuerdo del roble patrio».
Luego de evocar estas consideraciones sobre los vascos, menciona lo siguiente:
«Ved nuestro verdadero campo de acción: América. aquella América española, crisol de síntesis orgánica de pueblos, cuya principal metrópoli, Buenos Aires, fue por nuestro Garay fundada: aquella América de promisión a la que dio libertad Bolívar, que llevaba sangre y apellidos vascos».
Para Unamuno los caracteres de su raza vasca están no sólo en los héroes de la edad media española sino en el vigor de la América libertada por el hombre de apellidos y sangre vasca, Simón Bolívar. Y estos rasgos vascos de Bolívar fueron determinantes en su acción y obra como lo han referido varios autores, al descender de vizcaínos entroncados con castellanos, heredaba actitudes de ambos grupos, de los primeros el amor al terruño y la firmeza y del segundo la violencia, el fanatismo y la pasión13.
Y cierto escritor colombiano escribió que Bolívar era «Síntesis, resumen, expresión de todas las virtudes acumuladas por los siglos en una familia de la especie humana, cuyas raíces aún hoy se muestran florecientes entre las grietas de las abruptas rocas cantábricas. Esa familia es la vascongada, ese pueblo es el vasco: gigante de la montaña, como lo llamaba Michelet, indómito, guerrero, generoso y altivo, con sus tradiciones seculares, sus costumbres austeras, sus gestas escritas, con la sangre de sus hijos, en los riscos de sus montañas; él representa en todos los tiempos la nacionalidad genuina, la independencia sin trabas, el espíritu de la libertad civil y de la soberana voluntad popular»14.
Por lo que podemos decir que en síntesis Unamuno defendía esta idea de la raza española, unida, como ya lo vimos, por una series de coincidencias históricas de los países hispanohablantes y que de ella devenían una serie de individuos de todas los linajes que heredaban mucho del espíritu filosófico español. Pero que de igual forma, y al basarse la raza vista por Unamuno en la unión de otras, unos individuos iban a tener rasgos distintivos que los hacía diferentes a los otros. Y aquí yace Bolívar, de raíces vascas pero al fin y al cabo criollo americano, no iba a pensar ni actuar igual que un indio azteca o algún esclavo de las Antillas españolas. A pesar de que Unamuno no llega a afirmar esto como tal, al haber leído Historia Constitucional y aún más Cesarismo Democrático debe aceptar esta inevitable desigualdad natural entre los individuos de su raza.
Y no son pocas en que vendría nuestro Libertador Simón Bolívar a ser el héroe de la raza española para Unamuno; gratamente lo recordará en varias ocasiones el genio español de Bolívar, como aquella vez que dijo que «nadie acaso exaltó más el espíritu español en el mundo de la acción que lo exaltó Bolívar»15; en otra oportunidad recordaría lo siguiente hablando del prócer argentino Belgrano y la influencia de la revolución francesa: «Recibió éste [Belgrano] el fruto de aquella revolución [la francesa], pero lo recibió en España y por España, traducido al espíritu español, españolizado. Y así lo recibió también Simón Bolívar, que aquí también sirvió»16; más tarde lo evocará como «uno de los hombres más grande de nuestra lengua y casta»17
Pero en otra ocasión, que nos compete más en ésta parta del artículo, lo recuerda más desde el punto de vista de su raza vasca diciendo: «Y por esto cuando me pongo a estudiar a mi raza, a la fuerte raza vasca, vuelvo los ojos a América y a los retoños que ha echado, y siempre pienso en aquellas repúblicas, recuerdo el sosegado vallecito, recogido y silencioso entre montañas, al pie de Cenarruza, en que se alzaba la solariega casa de los Bolívar»18. Al final, y cómo veremos más adelante, Unamuno siempre volvía al recuerdo de los antepasados de Bolívar naturales de su amada tierra vasca.
Bolívar y el Quijote
De todos los documentos de Unamuno dedicados al Libertador, éste resalta por su extensión y porque, para dar su juicio sobre Bolívar, Unamuno se nutrió de lo que el Dr. José Gil Fortoul habla de Bolívar en su obra Historia Constitucional de Venezuela; esto es importante recordarlo. Unamuno abre el escrito con un tema controversial en la historia de América y del ideal de Bolívar: habla del panamericanismo, diciendo que «no sabe» si será cierto que el continente americano, conservando o no cierta unidad en el idioma, las instituciones, razas y tradiciones, podrá concretar ese “sueño” de ser una sola patria.
Añade Miguel de Unamuno que ese “sueño” de que América se convierta en una sola patria es, cuanto antes, «noble y alto», para decir posteriormente:
«Es el sueño del Gran Libertador, de Simón Bolívar, que pretendía dar libertad a Cuba y Puerto Rico y “establecer un equilibrio permanente entre la gran república de origen inglés y las repúblicas de origen español”… Así lo dice Don José Gil Fortoul, al final del capítulo IV del libro III de su Historia Constitucional de Venezuela»19.
Luego de repasar unos temas de Bolívar mencionados por Gil Fortoul, Unamuno llega a la parte que era inevitable, sobre el genio y el aspecto español de Bolívar. Dice Unamuno:
«Después de describirle físicamente (320 a 330), agrega el señor Gil Fortoul: “En suma, tipo de vascongado, de que descendía por línea paterna…” ¡Cuántas veces, en un verano que pasé cerca de Cenarruza, no me he detenido desde los balcones de esta vieja Colegiata, antigua hospedería acaso para los peregrinos que pasaban por Vizcaya en piadosa romería a Santiago de Compostela, a con templar allá abajo, en el valle, el lugar de Bolívar, de donde tomó su nombre y su origen el Libertador!»
Es decir, tal era la curiosidad que despertaba la efigie de Bolívar en Unamuno que éste último fue a Vizcaya a figurarse y “filosofar” acerca de los orígenes del mismo.
Dicho esto, Unamuno se adentra en otro tema relativo a Bolívar que era imposible obviar: su espíritu quijotesco. Cuando Miguel de Unamuno dice: «“Si su organismo era sobre todo español —añade el señor Gil Fortoul—, los ímpetus de su alma también lo fueron a menudo”. Sí, españoles y quijotescos. Bolívar fue uno de los más fieles adeptos del quijotismo». Aquí le viene a Unamuno la famosísima frase de Bolívar: «Jesucristo, don Quijote de la Mancha y yo hemos sido los más insignes majaderos de este mundo»20.
Aquí es cuando se denota la franca admiración de Unamuno a Bolívar, pues empieza a hacer analogías entre el Libertador y el Ingenioso Hidalgo. Escribe Miguel de Unamuno:
«Si a Don Quijote le lanzó a esa locura caballeresca aquel amor tímido y contenido hacia Aldonza Lorenzo, según yo creo, ¿no determinaron acaso la carrera de Bolívar la muerte de su mujer María Teresa y el dolor que le causó? “La muerte de su joven compañera (dulce y melancólica figura que la Historia deja en indecisa penumbra) —dice el señor Gil Fortoul— lo arroja al punto en un verdadero torbellino: viajes que duran tres años; al principio, la nostalgia del primer amor, nostalgia que a veces se convierte en desesperación; proyectos confusos; nuevas pasiones que se suceden violentas y efímeras; al fin, el alto ideal que se apodera de su espíritu, arrastrándolo a la lucha por la libertad de la patria.” Agrega el señor Gil Fortoul que fue tal la impresión dolorosa con que acariciaba el recuerdo de su mujer, “que llegó hasta desear sinceramente la muerte”».
No se equivocan, nuevamente, ni Gil Fortoul ni Unamuno, pues dice Augusto Mijares refiriéndose a este episodio en la vida del aún joven Simón, lo siguiente: «La muerte de Teresa echaba abajo todos los proyectos de Bolívar. Su propia instalación material después de aquella desgracia se le convertiría en un irritante problema»21. Y en el caso del Quijote, es innegable que su repentino pero genuino amor por Aldonza Lorenzo, o como él la llamaría, “Dulcinea del Toro”, a quien amó sin distinguir de nombres o linajes era para él «hermosa y honesta»22.
Sobre otro de los episodios de mayor epicidad de Bolívar, como el terremoto de 1812, refiere Unamuno esto: «¿Y no es acaso quijotesco aquello que cuentan dijo Bolívar a raíz del terremoto de Caracas, en 26 de marzo de 1812, cuando, atribuyéndolo un fraile a azote de Dios, irritado por haberse desconocido a Fernando VII, el ungido del Señor, el futuro libertador, que se hallaba en la turba, entre las ruinas, desenvainando la espada y obligando a bajar de la mesa que le servía de púlpito al fraile predicador, gritó: “Si se opone la Naturaleza, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”?». Esta escena no se aleja de la descripción de Unamuno sobre el clima de anarquía y caos social a raíz de dicho terremoto23 y lo que hace a Bolívar admirable no es sólo que se enfretaran sus ojos a la ciudad que lo vio nacer totalmente destruida, sino luchar contra la demagogia de los realistas, quienes atribuían dicho suceso a la justicia divina, porque hubo gente de todas clases que creyó estas premisas.
Por estas razones empiezan a expresarse en Bolívar los rasgos del Gendarme necesario, cuando en medio de los desmanes clama su ilustre frase «Si se opone la naturaleza, lucharemos contra ella, y la haremos que nos obedezca»24; rasgo que Unamuno considera quijotesco.
En seguida a esto, Unamuno dice:
«¿Y no es quijotesco aquello que, en 11 de agosto de 1826, decía a Gual, el plenipotenciario colombiano al Congreso proyectado de Tacubaya, continuación del de Panamá, de que promoviera la expedición libertadora a Cuba y Puerto Rico, para poder marchar luego con mayores fuerzas a España..., si por entonces no quieren la paz los españoles? Acaso se habían resuelto no pocas cosas si nos hubiera conquistado Bolivar: digo, a nuestros bisabuelos».
Y esto es totalmente cierto y es una curiosidad histórica poco conocida, pues ante las presiones de una posible invasión a Colombia, Guatemala y México desde Cuba y Puerto Rico, en carta a Don Pedro Gual, cuya fecha la menciona Unamuno, luego de dar una pequeña introducción de la situación geopolítica, estipula un tratado (el llamado congreso de Panamá) entre los países amenazados, así pues, se decidió Bolívar por redactar esta cláusula: «Este plan se fundará: 1°, defender cualquiera parte de nuestras costas que sea atacada por los españoles o nuestros enemigos; 2°, expedicionar contra la Habana y Puerto Rico; 3°, marchar a España con mayores fuerzas, después de la toma de Puerto Rico y Cuba, si para entonces no quisieren la paz los españoles»25. Dijo «si para entonces no quisieren la paz los españoles» pues en una cláusula anterior acuerda darle a España tres o cuatro meses para decidir si desea seguir con el conflicto.
¿No se asemeja esto a cuando Don Quijote emprendía sus largas caminatas para enfrentarse con su caballo y su lanza a los grandes molinos de Castilla? Fue que lo debió pensar Unamuno.
Por último, no sólo llegamos al final del escrito, sino que también en esta parte el autor reflexiona sobre Bolívar y sus últimos días; alega:
«Todo esto es profundamente quijotesco, pero hay algo más que acerca a Bolívar a Don Quijote, otro de los tres insignes majaderos de la Historia. (¡Y qué gloriosa, qué divina es la majadería así!) Cuantos hayan leído el Quijote recordarán aquel melancólico capítulo LVIII de la segunda parte, en que el caballero encontró unas imágenes de relieve Y entalladura para el retablo de una aldea y las reflexiones de triste desesperanza que ellas le sugieren. En mi ya mencionada Vida las he comentado largamente. Aquello fue como el Huerto de los Olivos de Jesús, del otro de los tres insignes, según Bolívar. ¿Y no están llenos los últimos años del Libertador de tristes reflexiones, en que el héroe parece repetir con Don Quijote: “No sé lo que conquisto a fuerza de mis trabajos”? En aquellos tristes momentos, en aquellas horas de desaliento, propias de todos los verdaderamente grandes, creía haber arado en el mar, desconfiaba de los destinos de las nuevas naciones que con su espada y su fe separó de España».
No es necesario calar en biografías para confirmar lo que diga Unamuno, puesto que Bolívar luego de ver su obra magna disuelta, comparecer la muerte de Sucre y padecer la enfermedad que lo condujo a la muerte, posiblemente haya sentido lo mismo que el Quijote con la calentura que padeció luego de tantos años de aventuras y que lo llevó al oriente eterno.
Por estas cosas, cierra Unamuno el escrito diciendo que deben conocerse todos los países hispanoamericanos y éstos conocer a España, que debe también conocerse y encontrarse a sí misma y reconocer la gloria de su raza forjadora de estas naciones que dieron hombres como Bolívar, que hicieron historia universal. Lo que nos queda de todos estos escritos referentes al Libertador, es que podemos considerar a Unamuno como un verdadero estudioso y admirador de la figura de Bolívar.
Para Unamuno, hacer Hispanidad es hablar de Bolívar; Bolívar es un concepto vivo que personifica el espíritu español, necesitamos renovar conceptos y borrar calumnias tejidas en su vida; necesitamos de hombres que sientan y quieran en español y necesitamos los países hispanoamericanos realzar la herencia hispana, que se ha visto tan amenazada estos años, y para esta empresa difícil Unamuno ya nos dio dos respuestas: la primera hacer valer la obra de hombres que encarnan la hispanidad, llámese Don Quijote, El Cid o Bolívar; y la segunda, es conocernos todas naciones de la América española y conocer a España, pero no conocer flojas impresiones con versiones alteradas de una misma historia, sino conocer la misma de manera objetiva y verdadera. He ahí la importancia de los revisionismos surgidos frente a sucesos polémicos de estas naciones.
Epistolario Americano. Ediciones Universidad de Salamanca, 1996, pág. 17.
Ana Chaguaceda Toledano, Miguel de Unamuno: Estudio de sobre su Obra (Salamanca, 2008) tomo III, pág. 234 y ss.
La Generación del 98 hizo una revisión a los trabajos de Juan Valera (Nuevas Cartas Americanas) y de Menéndez Pelayo (Historia de la poesía Hispanoamericana), ya que ambos autores hacen mención a Bolívar. Conviene especialmente citar la mención de Juan Valera: «Todo lo que ustedes ensalcen las hazañas, las virtudes y los talentos militares de Bolívar, Sucre, San Martín y demás héroes, nos halaga, en vez de ofendernos, y nos halaga por dos razones: porque nuestra derrota queda cohonestada, y porque esos héroes, que nos vencieron, hijos de España eran, España los había criado y educado, y a España habían ellos servido hasta el día en que se levantaron en armas contra ella». Juan Valera: Nuevas Cartas Americanas. Madrid, 1890, pág. 156. De estas savias estaba nutrida la generación del 98.
De una vez aclaramos que los artículos y discursos citados en este artículo se extrajeron de las Obras Completas de Miguel de Unamuno editadas por Don Manuel García Blanco y publicadas por la editorial Escelicer entre 1966 y 1971. No obstante se optó por citar la fuente primaria del texto en cuestión, para quien guste leerlas puede ir a archive.org y consultarlas.
Miguel de Unamuno, «La Fiesta de la Raza», en El Liberal. Madrid, 12 de octubre de 1923.
Unamuno, «La Guerra civil y la raza», en El Liberal. Madrid, 15 de julio de 1920.
Manuel Pérez Vila (ed.), Doctrina del Libertador (Caracas, 2009) pág. 68.
Jesús Antonio Cova, El Superhombre (2 vols. Caracas, 1985) I, pág. 19.
Pedro Manuel Arcaya, Estudios sobre personajes y hechos de la historia venezolana. (Caracas: Tipografía Cosmos, 1911) pág. 10.
Unamuno, «El pueblo que habla español», en El Sol. Buenos Aires, 16 de noviembre de 1899.
El famoso Individualismo español fue uno de los rasgos esbozado como uno de los caracteres de España por Rufino Blanco Fombona; veamos un poco al respecto: «En España, desde los tiempos de las invasiones históricas, que se llevan a cabo con increíble facilidad, hasta los actuales gérmenes de separatismo en Cataluña o Vasconia, el espíritu de localidad o regionalismo es talón de Aquiles». Y Unamuno, vasco hecho y derecho, no iba a faltar a la predilección por la patria chica. Es que ni siquiera nosotros los americanos nos desdeñamos de tener puntillos regionalistas, leamos lo siguiente escrito por el mismo Blanco-Fombona: «América, junto con el exagerado individualismo, heredó [de España] la tendencia localista, el amor desenfrenado de la independencia y la ineptitud para constituir grandes unidades políticas. A ello se debe el que hoy no forme uno, dos o tres estados fuertes, sino caterva de microscópicas republiquitas». Blanco-Fombona, El Conquistador español del siglo XVI: ensayo de interpretación (Madrid: Editorial Mundo Latino, 1920) pp. 32-33.
Miguel de Unamuno, «Discurso en los juegos florales celebrados en Bilbao el día 26 de agosto de 1901» en El noticiero Bilbaíno. Bilbao, 27 de agosto de 1901.
Rufino Blanco-Fombona, Bolívar y la Guerra a Muerte: Época de Boves, 1813-1814 (Caracas: Ministerio de Educación, 1969), pp. 87-88.
Cornelio Hispano, Bolívar y la posteridad (Bogotá: Editorial de Cromos, 1922), p. 10.
Unamuno, «La decadencia hispano-italiana» en El Sol. Buenos Aires, 1 de enero de 1917.
Unamuno, «Sobre el dos de mayo» en La Nación. Buenos Aires, 2 de mayo de 1908.
Unamuno, «El cuarto Juan y la última España» en el Nuevo Mundo. Madrid, 21 de noviembre de 1914.
Unamuno, «Sobre la literatura hispanoamericana» en La Nación. Buenos Aires, 19 de mayo de 1899.
Miguel de Unamuno, «Don Quijote y Bolívar» en La Nación. Buenos Aires, 30 de enero de 1907. Es cierto lo que dice Unamuno, pues dicho capítulo Historia Constitucional cierra de esta manera: «Gual escribía desde México al ministro colombiano de relaciones exteriores (26 de mayo de 1827): “Es una completa calamidad para los Estados de la América antes española, que al tiempo de crearse la institución más hermosa que se vio jamás, una institución que iba a consolidar para siempre su existencia política, se hayan puesto la mayor parte de ellos en una confusión horrorosa... ¿Cómo es posible, pues, que en el día se establezca una confederación de partes discordes y desorganizadas? ¿Puede acaso ser la confederación medio eficaz de curar los males interiores de cada estado? ¿Debe ser esta misma confederación será el resultado del buen orden y profundos cálculos de cada uno de ellos?”. Al leerla, Bolívar debe recordar lo que había exactamente apuntado en su carta de jamaica». José Gil Fortoul, Historia Constitucional de Venezuela (4 vols. México, D.F., 1979), II, pág. 128. No se equivoca, a su vez, Gil Fortoul pues en dicha Carta de Jamaica dice el Libertador: «Yo deseo más que otro alguno, ver formar en América la más grande nación del mundo, tensión y riquezas que por su libertad y gloria». Manuel Pérez Vila (ed.): Doctrina del Libertador, pág. 79.
Augusto Mijares, El Libertador (Caracas, 1987) pág. 104.
Ibid., p. 86.
Miguel de Cervantes Saavedra: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (Barcelona, 1965) pág 206. Hago hincapié en que a Don Quijote poco le importó el linaje de Aldonza, que cuyo nombre era considerado vulgar para la época, pues la ascendencia y linaje eran en aquellos tiempos bastante importantes.
Léase lo que dice Augusto Mijares sobre aquel suceso: «Y entonces sobrevino la máxima catástrofe que literalmente parecía abrir la sepultura a la República agonizante. El 16 de marzo de 1812, a las cuatro y siete minutos de la tarde, un terremoto arrasó casi la mitad del país, precisamente la que estaba en poder de los patriotas y era la más poblada. Las ciudades de Caracas, La Guaira, Maiquetía, Mérida, San Felipe quedaron enteramente destruidas; Valencia, La Victoria, Barquisimeto y otras experimentaron cuantiosos daños. En Caracas se desplomaron las iglesias de La Pastora, Altagracia, Las Mercedes, Santo Domingo o San Jacinto, y La Trinidad. Otras, como San Francisco, sufrieron tanto que en ellas se suspendió el culto divino durante largo tiempo; la propia Catedral perdió el tercer cuerpo de su torre. Como era Jueves Santo y los templos estaban llenos de fieles, la mortandad por esa causa fue espantosa; pero, además, en los cuarteles y en las casas particulares, millares de militares y civiles quedaron sepultados bajo los escombros. En la sola ciudad de Caracas murieron cerca de 10.000 personas y durante varios días encendiéronse hogueras para quemar los cadáveres. Como era imposible atender a los heridos y enfermos, muchos de ellos perecieron en los días subsiguientes. Todavía cincuenta años después persistían en las ciudades destruidas numerosas ruinas, que recordaban a los medrosos habitantes el sin igual cataclismo». Augusto Mijares: ob. cit., pág. 205 y 206.
José Domingo Díaz: Recuerdos sobre la rebelión de Caracas (Madrid, 1829) pág. 39.
Simón Bolívar: Obras Completas. México, D.F, 1979, vol. III, pág. 491.